NOTICIAS
El Viejo, Nicaragua
“DESCUBRIÉNDONOS EN LA REALIDADDE NUESTROS PUEBLOS”
“Estudiantes de la Vida” Estuve en un lugar que nunca imagine conocer y me siento totalmente agradecida de haber podido tener esta experiencia, que haya sido en esta etapa de mi vida. Las personas que dejé entrar en ella y coincidieron en mi camino, me han marcado, me han cambiado y han hecho que me conozca mejor a mí misma, a las demás personas y a Dios. Mi primera experiencia fue en la escuela en “Villa España”, donde las y los niños corren, juegan y aprenden sin zapatos, te dan más de lo que entregas y con una sonrisa y un abrazo dejan detrás todo lo malo y te demuestran un cariño muy significativo, detrás de toda esa inocencia hay muchas ganas de salir adelante y poder estudiar, ahí vi la vida de otra manera, despreocupada por hacer las cosas porque “te nace hacerlas”, no por compromiso, donde una sonrisa y un abrazo vale más que todo. Ellas y ellos tocaron algo muy dentro en mí que no podre quitármelo. |
|
Mi segunda experiencia fue en un proyecto para migrantes del “Centro Recreativo Teodoro Kint” al que se unen los Jesuitas del SJM (Servicio Jesuita para Migrantes). Ahí participé en programas de radio donde hablábamos de temas de migración en Nicaragua y todo el mundo, impartiendo talleres cada quince días a hijas e hijos de migrantes, donde compartíamos un pequeño momento con ellas y ellos, realizando actividades recreativas y dábamos temas que ayudaran en su vida y proceso diario, aprendí que la esperanza es lo último que muere.
En el mes de octubre pase junto con mis dos compañeras, Elsa y Mercedes por casi un mes en la comunidad campesina de “Los Pocitos”, es una comunidad adentrada en la naturaleza, son personas pobres pero a la vez ricas, tienen todo lo que la madre naturaleza nos puede dar, “la vida”, de ella viven día a día y se esfuerzan por salir adelante. Dentro de ellas y ellos hay sueños pero lo más importante hay una sencillez enorme y un amor inigualable. Fueron mis misionaras y misioneros, aprendí más de lo que pude haberles enseñado, fue un honor que me aceptaran como parte de su familia y que me llamaran hija y hermana. Mi tercera experiencia fue estar en “Casa Esperanza”, donde cada vez que iba salía con una sonrisa que hasta los cachetes me dolían y fue hasta noviembre donde tuve la oportunidad de trabajar con ellas y ellos, mujeres y hombres que tienen capacidades diversas, personas muy capaces. Su trabajo consiste en hacer tarjetas que mandan a Japón y otros países para vender y recoger fondos, también hacen piñatas donde cada una y cada uno tiene su tarea. Zita que pertenece al grupo del laicado MMB es la orientadora, ella les ayuda a hacer la estructura y de ahí todas y todos como equipo le dan forma a la piñata. Ahí aprendí que la palabra equipo también va de la mano de familia y que cada integrante es el soporte de todas y todos. En Casa Esperanza te abren las puertas de su casa, de su familia y te llenan de abrazos, de cariño y lo más bonito es que te guardan en su corazón aunque sea poco el tiempo que estuviste compartiendo. El conjunto de todas mis experiencias y no solo estas, además ser catequista, facilitadora en grupo de adolescentes, asesora de ADMER- “Adolescencia Mercedaria”, me hacen compañera que se vuelve hermana, hija pero más que nada estudiante porque soy estudiante de la vida. Nicaragua es un lugar al que probablemente nunca tenga la oportunidad de volver y si llego a ir no será lo mismo pero toda esta experiencia es el trabajo de muchas personas que han quedado dentro de mi mente y que pasan a mi corazón quedándose ahí por siempre. “Misión a donde quiera que vaya” Fui maestra de una escuela en “Villa España”, una colonia tan pobre que las casas eran hechas de lámina y donde las calles tienen aguas negras, donde las niñas y niños corren descalzos y disfrutan ensuciarse como nadie más lo hace y cuidan sus cuadernos y lápices como si fueran oro porque si los pierden, no tienen más. Y en cada sonrisa tan sincera, puedes ver toda la ternura y el amor que te brindan sin esperar nada a cambio. Ver a las y los hermanos grandes cuidando a los chiquitos y dándoles su comida aunque ellos se queden sin comer, o cargándoles para que no se cansen, llevándoles de un lugar a otro para defenderles. Puedes ver la alegría en sus ojos y la inocencia que solo tiene una niña y un niño, esas ganas de aprender y conocer el mundo. Trabajé en “Casa Esperanza”, donde mujeres y hombres, con capacidades diversas hacen piñatas y decoran tarjetas con flores pintadas a mano que se van a Japón y otros países. En cuanto pones un pie ahí, te contagias de la alegría que tiene esa gran familia. En cada tarjeta y cada piñata, no solo va el trabajo duro y constante sino que también va un pedazo de cada una de ellas y ellos, de su historia, sus dificultades y sus logros. |
“A veces el corazón nos lleva a lugares que la mente nunca imaginó” Despertar cada mañana al escuchar cantos, bombas, cohetes, buses llenos de personas que van cargados con el mandado, chavalitas, chavalitos y unas gallinas es algo que decidí, por motivos del corazón. Soy Mercedes Moncada exalumna del Instituto de la Vera-Cruz en Guadalajara, México y decidí ir de voluntaria a Nicaragua sin tener en cuenta todo lo que ésta experiencia implicaría. Piquetes de unos insectitos rojos microscópicos llamados coloradillas, golpes, caídas, resbalones, peleas, reconciliaciones, cantos, risas, alegría y hasta unos kilitos de más, es una lista bastante reducida. La verdad es que jamás pensé que después de cuidar mi piel por 19 años acabaría con todas estas cicatrices, pero soy feliz porque no solo llevo cicatrices en la piel, también las llevo en el alma. Las llevo por las madres de familia que conocí en el Servicio Jesuita para Migrantes, donde fui voluntaria en agosto, mujeres que sufren porque hace muchos años no saben de sus hijas e hijos que se fueron en busca de una vida mejor, quizás en Costa Rica, en México o en Estados Unidos. También por las niñas y niños a quienes di clases en una escuelita primaria en un barrio en la periferia de la ciudad donde viví, que más que ganas de estudiar les falta amor en casa, paz, alguien que les tome en cuenta. La verdad es que no todo es dolor, siempre se recibe, sin querer, más de lo que se da. Esas niñas y niños te agradecen con una sonrisa, con flores que cortan en los patios de sus casas o con un “Adiós Profe, nos vemos mañana!” Estuve en “Casa Esperanza”, un proyecto hecho de mujeres para mujeres. Pintan tarjetas que se venden en Japón y otros países, hacen piñatas y más que todo, son una familia, son compañeras, amigas y confidentes, trabajan en equipo para salir adelante dejando a un lado sus dificultades físicas. Todos los viernes en la tarde y los sábados por la mañana fui catequista. Más de 140 niños de todo El Viejo se prepararon para hacer su primera comunión en diciembre. Les emocionó poder usar sus vestidos blancos y mangas largas, pero más allá de la vestimenta, anhelaban recibir a Cristo en su corazón. No necesito decir mucho para expresar que estoy encantada por ese lugar, por su gente, sus costumbres, su alegría y sus ganas de vivir en esa tierra de lagos y volcanes. En Nicaragua no importa si no sabes cantar, solo necesitas unas buenas bocinas y pareja para bailar, tampoco importa si sudas por el calor de ese lugar, lo que importa es que disfrutes. La gente te abre las puertas de su casa, de su corazón y les basta con que pases al final del día y le digas “Feliz noche!” Nicaragua, tierra sencilla, sincera y muy fiestera… estoy completamente convencida de que no pude haber tomado mejor decisión que estar en ese lugar. Tuve que dejar a mis papás, mis amistades y la universidad por un tiempo pero la marca de esta Misión no se me va a borrar nunca.
|
También fue dar talleres a hijas e hijos de migrantes en el “Centro Recreativo Teodoro Kint” con temas como -La autoestima, convivencia familiar, sentimientos-, para poder ayudarles a sentirse acompañadas/os. Lo más impresionante de todas esas niñas y niños de diferentes edades y situaciones, eran la alegría y las ganas con las que hacían las cosas, fuera lo que fuera que les pidieras: cantar, escribir, dibujar, correr, compartir, hablar. No puedo ni imaginar que se siente crecer sin alguno de tus papás a tu lado porque sé que ellas y ellos sacrifican el poder estar con sus hijas e hijos por darles un mejor futuro, y estas niñas y niños desearían poder estar con sus papás aunque no les dieran nada. Además, la mayoría de la gente no entiende lo valientes que son las personas migrantes. Es ir a un lugar desconocido, donde no tienes a nadie, soportando los malos tratos y palabras, dejando todo lo que quieres atrás y no teniendo la certeza de cuando lo vas a recuperar y simplemente, esperando tener suerte. En el “Centro Catequístico” pude ser catequista de un grupo de niñas y niños que ponen toda su fe y confianza en ti y te dejan llenarlos de tus palabras para así recibir a Jesús por primera vez en sus corazones. Y cuando por fin llega el día de su Primera Comunión, ves en sus caras todo el fruto de tu tiempo y su esfuerzo. Viví por un mes en una comunidad en el campo llamada “Los Pocitos”, esta consta de 16 casas donde todas y todos son familia, son las personas más trabajadoras y admirables que hay. Viven en un bosque hermoso lleno de diferentes plantas y animales, sin carros, ni contaminación, donde todos los días se despiertan a las 4 de la mañana para empezar a trabajar y ganarse la comida y el agua de cada día sacada de un pozo. Ocuparse de sus animales, subir cerros enteros varias veces para abonar y limpiar sus huertas, levantarse 4 horas antes de que empiece la escuela para llegar a tiempo y aun así, viven con una sonrisa en la cara y sin quejas. Es indescriptible el amor y el cariño que cada una y uno de ellos nos brindó y cómo nos abrieron las puertas de su casa sin siquiera conocernos o tener idea de cómo éramos. Siempre serán mi segunda familia. Soy la misma persona que era antes pero transformada por todas esas personas y momentos que compartí, porque ahora son parte de mí. Claro que es difícil vivir con dos compañeras en el mismo espacio de 4x4m y estar con ellas las 24 horas del día, pero conociéndolas a ellas también me conocí a mí. Y como “Comunidad MMB” gané dos hermanas y varias mamás, porque eso fue lo que fueron para mí las Mercedarias, me hicieron sentir en casa, segura, querida, acompañada, guiada y muy agradecida con cada una de ellas por todo lo que me enseñaron y dieron. No me queda más que agradecerles infinitamente por darme esta oportunidad y asegurarles que mi Misión no se va a quedar en Nicaragua sino que estará conmigo a donde sea que vaya. |